Una de las formas de plantear las políticas públicas es que definen los fines y estrategias de la intervención del estado para dar solución a problemas públicos; y para llevar a cabo una política pública se debe poner en marcha la “maquinaria del estado”. De esta forma se toman decisiones y se realizan estrategias que buscan dar bienestar a los ciudadanos. 

Para la implementación de una política pública, se requiere del uso de instrumentos necesarios en gestión y capacidades, es decir, de un técnico en gestión púbica. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que para que se pueda movilizar a los diferentes actores que movilicen el uso del poder del estado y se ejecuten diversas acciones, es imprescindible la política.

Si la gestión pública sólo se centra en lo técnico, no se garantiza que se cumplan con los objetivos planteados, tampoco si sólo teñimos de política la agenda pública, sin sustento técnico que la argumente y la justifique, se quedará en prácticas discursivas. Esto no debe ser visto como contraposiciones, sino debe verse como complementarios e interdependientes.

Por ello, no debe desligarse la política de lo técnico, ni lo técnico de la política; ya que ambas son imprescindibles para que la generación de resultados enfocados en el ciudadano, como exige la nueva gestión pública. Y uno de los retos debe ser la búsqueda de la armonización entre ambas, ello implica encontrar un equilibrio en los componentes tanto técnico como el político.

Por eso importante señalar que no es lo técnico que determina lo político, sino todo lo contrario, ya que primero se toman las decisiones, se delibera, se discute, se argumenta y se llegan a consensos (lo político), a partir de estas condiciones mínimas, se instrumentalizan los acuerdos y se diseñan de forma ordenada y sistemática lo que se debe realizar (lo técnico). Ese es el reto romper con la supremacía de una de ellas y convertirla en el binomio político-técnico.